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ORAIN KALERA. Por si acaso a EH Bildu no le queda claro...

HECTOR MARIN/EL MUNDO

Nueve de la mañana del 10 de octubre de 2013, en Castelldefels, Barcelona. Agentes de paisano de los Mossos d'Esquadra irrumpen en el domicilio del ingeniero de telecomunicaciones Gustavo Cerdá, trabajador de TV3 con ocho años de antigüedad. Está acusado de un delito de revelación de secretos tras haber obtenido de forma irregular y, posteriormente, difundido los sueldos de la plantilla del ente televisivo en 2012 y sus correspondientes indemnizaciones en caso de Expediente de Regulación de Empleo. Le confiscan todos sus equipos informáticos y soportes de datos. Su mujer y su bebé se sobresaltan. Y sin que Gustavo, de 36 años, entienda nada, lo meten en un coche y lo llevan detenido a su puesto de trabajo. En la televisión catalana, confiscan más ordenadores, le comunican que está arrestado y pasa dos días en el calabozo. La Fiscalía y TV3 como acusación particular le piden siete años de cárcel por revelar los sueldos de los directivos, pero él defiende su inocencia. Dos años y medio después, en la semana en que TV3 ha realizado una acusación formal contra él, Cerdá rompe su silencio para defenderse y narrar su via crucis: "Soy el chivo expiatorio de la dirección de TV3", acusa en conversación con Crónica. "Soy un cabeza de turco, no hay pruebas contra mí, es todo un montaje".El suplicio de Cerdá, casado y con un hijo de tres años, empieza un año antes de su detención, en paralelo a la investigación de la Unidad de Delitos Informáticos de la Policía de la Generalitat. Agosto de 2012, alta tensión en la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals por el conflicto entre trabajadores y empresa ante los planes de reestructuración de la cadena pública. En ese contexto de crisis y recortes, la cuenta de correo del presidente de la Corporación, Brauli Duart, envía a 100 cuentas internas unos ficheros de Excel con los datos salariales de todos los trabajadores y sus correspondientes indemnizaciones. El directivo desmiente que él haya hecho el envío. "Primero, la dirección dice que ha sido un error; más tarde, asegura que se trata de un acceso ilícito", explica Cerdá, acusado de acceder al contenido del ordenador de Duart y otros directivos, como Eugeni Sallent, para difundir información a través de diversas cuentas de correo. De los correos fraudulentos distribuidos se deducía que había sueldos de directivos con importes cercanos al del presidente de la Generalitat [144.000 euros en 2012]. Y según los datos ya difundidos por la Corporació, Duart cobró 129.000 euros en 2012. Pero en 2008 existían en la cúpula de la Corporación la figura del presidente y la del director; el primero cobró casi 129.000 euros y el segundo 250.000. Cerdá está cansado física y mentalmente. Mantiene su empleo en TV3 pero está de baja por depresión y estrés. Recibe tratamiento médico. Recuerda con rabia que quisieron echarlo del trabajo. También intentaron trasladarlo a Catalunya Ràdio. Al fin, gracias a la presión ejercida por sus compañeros, se quedó en la cadena pública pero tuvo que cambiar de puesto. En largas temporadas de baja, su cerebro da vueltas y más vueltas. Busca el porqué de su situación. Por qué le piden siete años por un delito de descubrimiento de secretos y otro de revelación de secretos. "Existen unos registros informáticos que vinculan accesos ilícitos a varios correos de la dirección con alguna máquina de mi departamento [postproducción]; estos accesos se realizaban cuando yo estaba en el lugar de trabajo".

-¿Por qué le habrían elegido?

-Tenía fama de piratilla en TV3.

-¿Por qué?

-Por haberles ayudado a customizar móviles y a solucionar problemas informáticos. Se aprovecharon de ello.

-¿Se siente inocente y utilizado?

-Sí. Mi visión es que soy un chivo expiatorio. Estoy pagando por un error de Brauli Duart al enviar el correo.

-¿Qué le hace pensar eso?

-El ensañamiento contra mí por parte de los Mossos y de la Justicia sin pruebas que lo justifiquen.

-¿Cuál es la relación?

-Duart fue secretario de Interior y Justicia en los tiempos de Jordi Pujol. Tiene contactos y poder suficientes para orquestar un montaje de estas dimensiones.

A Cerdá le requisaron seis ordenadores y varios materiales informáticos de su domicilio y su lugar de trabajo. Los trabajadores de TV3 no salían de su asombro al ver llegar a un grupo de personas de paisano que se identificaron como policías. "En la primera planta desalojan a todo el personal y precintan ordenadores". La expectación era enorme entre la plantilla. "Me escoltan a la segunda planta, al departamento de comunicación y marketing. Lo desalojan haciéndome desfilar por todos los pasillos para que me vean mis compañeros", añade. "Fue una gran humillación. Eso sí, la plantilla siempre ha mostrado su apoyo a mi inocencia"."Estoy viviendo un linchamiento legal", protesta Cerdá, que perdió sus fotos personales. "Tuve que recuperarlas a base de peticiones judiciales. Todos mis demás documentos, ficheros y ordenadores siguen requisados", relata. "Todos estos hechos, que han causado muchos daños psicológicos tanto a mí como a mi familia, han desembocado en problemas laborales: acumulo múltiples bajas y tengo dificultad para retomar mi trabajo con normalidad", completa Cerdá, a quien le cuesta concebir que es "el cabeza de turco" de un caso tan complejo.Su abogado, Carlos Sánchez Almeida, sostiene que "se encontró la tormenta perfecta: en lugar de ir contra los sindicatos, TV3 buscó un chivo expiatorio, pero no hay ninguna prueba plena contra él". En el sumario, al que ha accedido este suplemento, "tampoco hay ningún indicio que lleve hacia él", zanja el letrado. Sin fecha ni lugar para el juicio, el acusado trata de olvidar su paso por el calabozo: "En mi segundo día, un 12 de octubre, sin haber podido dormir la noche anterior por los constantes ruidos, me empecé a encontrar mal y pedí asistencia médica sin que me hicieran caso. Un agente me empezó a silbar el himno de la segunda república. Yo no entendía nada". Del calabozo de Gavà salió con un "shock postraumático, deshidratado, sin poder ni atarme los zapatos". Esa misma noche, cuenta, llegó a pensar que se moría de una taquicardia.

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