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ORAIN KIROLAK.IRUJO 22-17 OLAIZOLA II-Irujo se hace jaun ta jabe

MAUDILI PRIETO

El día que la Real y el Athletic empatan a 1,horas antes,la final del cuatro y medio coronó a Juan Martínez de Irujo.Argumentaban que la velocidad era la clave y que Martínez de Irujo era un avión a reacción, pura potencia, un volcán en erupción. Y por ahí explotaban las costuras de un duelo potente, una final que acabó alimentando la crisis carnívora de Aimar Olaizola, mermado, sin posibilidades reales de hacerse con la txapela. En su idea previa, pedía el de Goizueta globalidad. Apelaba a completar una tarde entera sin montarse en la montaña rusa de un Cuatro y Medio sin chispa, sin juego, para encontrarse de nuevo a sí mismo y su mejor fondo de armario. Pero en el vagón de Irujo no hay parada y fonda. Con Juan desatado solo hay que esperar carretera y manta, batalla descarnada y morir atrapado entre la espada y la pared. Decían que por ahí pasaba el partido, en la frescura del iberoarra y el genio de dos manos privilegiadas, de fortaleza infinita. Y ahí estuvo la txapela del Cuatro y Medio, su segunda Triple Corona en un año y su nombre en la historia de la pelota a mano. Martínez de Irujo es otra efeméride más que merece un capítulo él solito en las amarillentas páginas de la mano profesional. Martínez de Irujo ya es sueño, ya es leyenda.El Vietnam de Aimar Olaizola se escribió entre pelotazos por la pared y ritmo. Se saboreó con el bocado agrio del limón, porque así fue: áspero, amargo y ligeramente deslucido. Sumaron los errores porque la velocidad lo exigía y, con ellos, crecieron las trazas de un Irujo serio y sin estridencias, quizás hasta el final, en el que le pudo o el ansia o el miedo. Dio alas a su contrincante, que murió en la orilla de un partido que pintaba perdido y al que dio ciertas dosis de emoción. El saque-remate fue su ariete. No más. ¡Que viene el lobo! Pero las rentas eran suficientes para apelar al sentido común y al batallón de trincheras. Tras pasar del 9-9 al 20-10 y al 21-17, el argumentario de Irujo era el de meter caña al golpe y esperar. Así acabó. Y así se tumbó el de Ibero en el suelo, agarrándose la cabeza y sin, parecía, creérselo.Le dicen siempre a Olaizola II que su camino se asfalta de técnica y perfección, que en su defensa actúa el sexto sentido de quien ha mamado frontón de cuna y sentimiento. Le dicen infalible por eso, por sus tardes de invierno, primavera, verano y otoño en las lindes de la cancha. O jugando, o entrenando, o viendo. En su juego se acumulan esas horas de cancha. Bajo de juego durante el campeonato, su debate se tornó parco en ataque pero mejor en defensa. Con eso le sirvió contra Ezkurdia y contra Saralegi; mientras que contra Bengoetxea VI tuvo sus dos versiones: el romo y el estelar. Sin todas sus virtudes, la final aterrizó del lado de Juan Martínez de Irujo, que imprimió su sello al inicio. Quince pelotazos a velocidad endiablada para el primer error de Olaizola II, en una volea que murió en colchón, y puso los mimbres de lo que apuntaba el duelo. Recibió oxígeno el goizuetarra en una apertura después para restañar su primera herida, pero las sensaciones mostraban que Irujo esbozaba mejor planta.El leitmotiv del iberoarra fue la velocidad. Se disfrazó de huracán para arrebatar opciones al gancho de Olaizola. Ni arte ni ensayo. La crudeza de Juan se convirtió en la distancia entre ambos. Olaizola II esperaba tomar riesgos, porque era lo que podía hacer: la técnica no desaparece con la bajada del telón. Pero no fue así. El atropello fue una constante, el mejor de los golpes. Irujo se puso 6-2 a base de sacar bien y pisar el acelerador. El 7-2 fue un saque al ancho que salió a la perfección. Aimar estaba lento, espeso, falto de nervio, de recadista. Juan tiró un dos paredes a las tablas, lleno de pelota, y se recuperó con un pelotazo por la pared en un tanto durísimo, que fue colorado en un pelotazo por la pared. En el 8-3 ya había runrún. Aimar no estaba. Pero los regalos le devolvieron la fe y el saque-remate le dio alas. Dos yerros de Irujo le pusieron 9-5 y tres mordiscos a vuelta del disparo inicial igualaron la historia. Otro error del de Ibero fue la puntilla. 9-9.¡Tan igual el marcador y tan desiguales las sensaciones! Irujo apretó los dientes y gritó paciencia. La txapela pasaba por la velocidad. Y con ella se catapultó al éxito con la sonrisa de la suerte, que le declaró su guiño al campeón. Sin estar en su sitio, vencido, sin opciones, Olaizola se puso a remolque. Había hecho lo más difícil, igualar y cayó en la intentona. 17-9 a base de velocidad, de defender y de buscar las líneas. Sumó Aimar con un gancho a la desesperada desde el cuatro. Tres errores consecutivos pusieron la miel en la boca de Irujo, quien a punto estuvo de morir de éxito. Se atoró en la veintena y Aimar se acercó. ¡Que viene el lobo! 20-11, 20-12, 20-13, 20-14. Todo basado en su primer disparo. Pero erró: sotamano al colchón. Otro de Juan devolvió la incertidumbre en el ancho. Y Aimar demostró que o muere o mata. Alargó la contienda en su mejor tramo, pero el 21 le picaba en el gaznate. Buscó, incluso, el dos paredes, su peor golpe de un registro impresionante, para ponerse 21-17. Los yerros opacaron un duelo más emocionante que brillante.Y entonces se despertó Irujo. Recuperó su esencia, su hoja de ruta. Miró el retrovisor el iberoarra y se dio cuenta que en la velocidad estaba la txapela y que quedaba un solo palmo para la línea de meta. Velocidad por la pared. Fin de la historia.Irujo,jaun ta jabe.

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