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EDITORIALA.80 urte Espainiako Gerra Zibila

Turquía nos recordó el viernes pasado algo que la memoria de por si nos trae al 18 de julio de cada año: que un golpe de estado puede desencadenar una guerra. Los turcos han preferido morir con Erdogan que a dejarse ganar por el Ejército. Eso no pasó en nuestro país hace 80 años. Y es que a Guerra Civil española dejó una profunda herida cuyos efectos se perpetúan actualmente, cuando todavía se siguen recuperando restos de asesinados durante ese periodo y se tiene la certeza de que hay muchos que no se podrán rescatar jamás. Tres años de conflicto bélico -y, no menos importante, 40 de dictadura con Franco al frente- que, aunque existen estimaciones divergentes, arrojaron un saldo de 500.000 muertos y otros tantos exiliados desde el mismo comienzo de las hostilidades entre los leales al Gobierno republicano y los militares sublevados que querían imponer un régimen fascista. El levantamiento tuvo un eco especial Euskalherria, siendo el origen en Nafarroa, donde triunfó de forma instantánea por impulso de su gobernador militar, el general Mola. El desarrollo del conflicto en el resto de lurraldes fue distinto. Mientras Araba se fidelizó rápidamente (de ahí que Nafarroa y Araba conservaren sus fueros con Franco) , el golpe no triunfó en Bizkaia ni en Gipuzkoa, donde se concentraron los combates hasta la caída de Bilbo, en junio de 1937.En medio del desastre, el mes de octubre de 1936 fue prolijo en acontecimientos con la aprobación del Estatuto de Autonomía y el nombramiento del lehendakari José Antonio Agirre que, finalizada la contienda, marchó al exilio para proseguir su labor de defender la idea de la nación vasca hasta su muerte en 1960. El fin de la guerra fue el 1 de abril de 1939, cuando Franco firmó el último parte oficial del conflicto: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos. La guerra ha
terminado”.Per la guerra española trajo a Euskalherria y al resto de territorios 40 años de recorte de libertades y la represión, y supusieron un freno al desarrollo en todos los aspectos que sigue pesando como una losa en el Estado español. La edad va dejando sin testigos vivos de aquellos hechos, pero aún hay muchos que recuerdan la posguerra y los sufrimientos.Una de las mayores losas de ese tiempo es la de los muertos o desaparecidos cuyos restos no se recuperaron nunca. La mayoría de los familiares que convivieron con ellos, en una época además en la que no podían expresar libremente su pérdida, ya no están, y el testigo de esta reivindicación ha sido recogido por sus descendientes, como sus nietos, que reclaman un enterramiento digno para sus allegados. ORAIN, con este breve editorial, quiere recordar ese ayer que ahora cumple ocho décadas.



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