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ORAIN KIROLAK.Contador se lleva la Itzulia

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La cuesta de la subida a Arrate siempre fue una vía de escape de los gaupaseros que cerraban la noche de día alrededor de la fiesta del santuario. Rito pagano, chupinazo el 8 de septiembre, día grande de Arrate. Los noctámbulos retornaban a Eibar a pie por un sendero sin coches y con alcohol. Así no tenían que esquivarlos. Una bajada segura. Con cinturón de seguridad. Nada de culebrear en la subida de Orbe. El nombre se lo dio un desguace donde se acumulaban decenas de coches abollados, estrujados, rotos, inanimados. De aquel negocio no queda rastro en Eibar. No hay una planicie de coches estrujados, solo bicicletas de carbono mojadas por la lluvia, siempre la lluvia, elemento distorsionador de una crono atípica, una ascensión poligonera callosa y un descenso para santiguarse y rezar en caso de tener credo. Alguno cruzó los dedos. Manías. Tics ante el temor, el escudo del ser humano. Llevar el imperdible de la suerte colgado no está de más cuando uno se lo juega todo en la cuesta donde nació Aldazabal II, el Bombardero de Amaña. Pelotari.Alberto Contador es ciclista. De Pinto, pero empleó el mismo método que Aldazabal II. Bombardeó las ilusiones de Henao, el líder que dejó de serlo frente al reloj de la Itzulia. El idilio maravilloso del madrileño con la Vuelta al País Vasco es la maldición de Sergio Henao, que se quedó sin maillot amarillo, a la intemperie por tercera vez el último día. Terriblemente cruel. Saldo negativo para el colombiano. Contador también lleva la cuenta. La suya, sin embargo, es otra. Póker. Cuatro Itzulias descansan en su museística vitrina. En Eibar se emparejó con José Antonio González Linares en el palmarés.Su cuarta corona de lana la tejió Contador con una contrarreloj sideral en Eibar, que cosió en millones de hogares con Alfa. Otro recuerdo de la ciudad armera que luego giró el negocio a las bicicletas. Los cañones al servicio de la paz y el ciclismo. En ese lugar arrancó el madrileño picando rueda. Cohete. Ciclista alado, fino, la piel morena, reluciente papel de fumar, despegó en vertical como un Harrier, el caza asombroso que podía levantarse como los helicópteros y después romper la barrera del sonido. Contador levitó desde la cama elástica de la salida. No dio la impresión de que lo hiciera Nairo Quintana, las gafas colgadas en el casco, recostadas, cómodas, hamacadas. Lejos de los ojos. A esa distancia tenía a Sergio Henao, que era el líder cuando se posó en la rampa. Jugó al despiste Nairo, que pareció asomarse a un día en la oficina, pero sus piernas eran una centrifugadora.El semblante de Contador no hablaba de relajación. Concentrado desde el día anterior. En capilla. Durmió en un hotel de Eibar. Allí hizo rodillo y después disgregó a sus peones durante el recorrido para que le recordaran las diferencias. Contador quería salir bajo palio en Eibar. Mirada letal la del madrileño embutido en fosforito para que a nadie se le olvidara quién es. El pistolero. Contador se comió Usartza a dentelladas. Tiburón. Su contrarreloj le situó en las antípodas del resto, también de Sergio Henao, maldito otra vez de amarillo. El colombiano salió líder y llegó derrotado. Otra vez segundo. Moviola.El líder firmó un gran registro, pero Contador estaba fuera de plano. Lejos de cualquiera. La primera referencia, consumido un cuarto de la contrarreloj, su-brayó el dominio del madrileño. Contador se había subido al tren de alta velocidad. A Henao y Quintana, los únicos que le sostuvieron la mirada, no les alcanzaba. En el primer mojón, el madrileño aventajaba al líder en 23 segundos. Un mundo. Contador trepaba en estilo libre. No quería nada que le perturbase. Dejó el agua en la despensa. Sin botellín. Bebía de la lluvia, siempre la lluvia. Su pedaleo, enérgico, veloz, fue un río desatado que arrastró la esperanza de Sergio Henao, al que el amarillo le duró una noche y una mañana. Por la tarde vestía a Contador, de estreno el último día, donde se reparten las bocanadas de gloria. A Henao le quedó el aliento de hiel. Amargura. Un cierre triste. Una despedida en la estación.Coronado Arrate por la ladera anónima, Contador era el ganador. Procesó su dicha. A gestionar el descenso, territorio Samuel, mustio en la crono después de una carrera estupenda. Igual que la de Mikel Landa, discreto el día que se midió a las manecillas. El reloj amaba a Alberto, que descendió con el dedo tirando del freno de la precaución. Conocedor de cada engranaje de la caja de su reloj, no forzó. Se dejó llevar. Evaluó el descenso y se blindó ante el riesgo. La carrera era suya, así que sacó los pedales del acelerador. Freno motor. Trazó el descenso con sosiego. La carretera era peligrosa. Resbaladiza. Piel de plátano. Nada de aventuras ni apuestas absurdas. Guardó Contador sus ahorros, obtenidos en la OPA hostil de Usartza, por el zigzagueo de Orbe. Henao, consciente de que esquilmar la cuenta corriente del madrileño era un asunto quimérico, bajó con destreza, pero sin aspavientos. Amarillo pálido. Su recompensa era el segundo lugar, el mismo que tapizó su mueca el pasado año, la de Purito, antes se la dibujó Quintana y después Contador.A Nairo Quintana, fenomenal ante las manecillas, se le escurrió el botín del día en un cambio de bicicleta que le dejó en suspenso. Le trastabilló el paso. El tiempo necesario para que Contador celebrase la victoria en meta después de que descontara un descenso con una póliza de seguros bajo el brazo. Luego levantó ambos. Otra vez rey en Eibar, la ciudad de la República y el frontón Astelena, su palacio de invierno. Después aterrizó la decepción de Sergio Henao. Otra vez rechazado por una carrera malquerida. Segundo. El primer perdedor. Masticando arena. Entre cenizas. Sin reproches. El colombiano completó una gran carrera, pero no pudo soportar el arrebato genial de Alberto Contador, que seguira siendo ciclista indeterminadamente. Se acabaron las dudas. Quiere disparar más victorias. Otro Bombardero. De Pinto.


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