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ORAIN KALERA.30 años del fin del Euskalduna

DEIAkoa

La voz, hasta entonces nítida, serena, resuelta, se deshilacha en el recuerdo, quebrada por el dolor. “Han pasado treinta años de todo aquello, pero siempre que lo recuerdo lloro. No lo puedo evitar”, se excusa Felipe, tatuado el 23 de noviembre de 1984 hasta el tuétano. Llora Felipe sin consuelo treinta años después por la memoria de un compañero, Pablo González, desvanecido en sus brazos en medio del otoño, sobre un barco cercado por el grito perro de las balas, rodeado por la niebla cegadora de los botes de humo y por el siniestro redoble de las botas militares. “El día anterior, el capitán Etxeita me llamó con el megáfono, ya teníamos cierta familiaridad porque nos estábamos enfrentando a diario con la policía. Ellos apostados en el puente de Deusto y nosotros en el astillero. Me dijo que al día siguiente ellos no estarían allí, que venían otros y que tuviéramos cuidado. A las seis de la mañana, los del pañuelo rojo, los policías especiales, ya empezaron los pelotazos. La policía entró a saco, disparando. Nosotros nos replegamos hacia un barco que estábamos construyendo. Subimos por la escalera, de unos 15-20 metros de altura. Bastante pronunciada. Cuatro o cinco metros por delante de mí, vi cómo Pablo se tambaleaba. Le agarré y le llevé a una zona de resguardo. Le había dado un ataque al corazón. Prácticamente, murió sobre mis piernas”, relata Felipe, quien fuera miembro del comité de empresa de Euskalduna, entrelazando sílabas y sollozos.Mientras capitulaba un noviembre negro -el día 20 los GAL habían asesinado a Santi Brouard, dirigente de Herri Batasuna en su consulta de Bilbao-, la policía enviada a Lekeitio a vigilar el funeral del político se arremolinó en Bilbao y asaltó con ferocidad el astillero Euskalduna, en lucha desde meses atrás contra el cierre decretado por el Gobierno español a finales del mes de octubre de 1983. “El capitán que nos veía todo los días nos dijo: A mí me llamáis hijo de puta, pues veréis lo que viene. Los especiales entraron al astillero disparando fuego real, con ametralladoras. Ese día estaba en la enfermería porque me habían pegado un pelotazo en el pecho. Los policías acorralaron el barco y allí falleció un compañero de un ataque al corazón. Fue muy dramático. Otro compañero, Vicente Carril, recibió un balazo en la fosa iliaca derecha, no se me olvida “, narra Mikel Aldasoro, integrante del comité de empresa con el sindicato Colectivo de Trabajadores Autónomos, sobre aquella jornada infame grabada a sangre y fuego en la memoria colectiva.El 23 de noviembre de 1984 es el símbolo de una tragedia, la del cierre del astillero Euskalduna, una fábrica que empleaba a 2.000 operarios y que bombeaba barcos en el corazón de un Bilbao industrial, pintado de tonos grises y ocres, asomado a una ría que era el abrevadero de las fábricas y el desagüe de una ciudad de hierro y óxido, de pantalón de mahón y lucha obrera. Euskalduna, por su propia biografía, era el símbolo inequívoco de Bilbao y una bandera del nacionalismo vasco. “Euskalduna era muy emblemática”, resalta Aldasoro. El Bilbao del pasado siglo no se puede entender sin el eslabón del astillero y el de otras tantas industrias, colmenas del trabajo, cabezas tractoras de la economía vasca, que entró en coma en los áridos 80. “No ocurrió de la noche a la mañana. Se veía venir. Creo que fue una decisión política, pero también es cierto que no éramos competitivos. Tal vez era necesaria una reestructuración, pero la desindustrialización fue una salvajada”, analiza un extrabajador de Euskalduna que prefiere mantener el anonimato. Mikel Aldasoro es de la misma opinión. “Desde Europa se marcaba la capacidad de producción de los países, pero era el Estado, gobernaba Felipe González, el que decidía quiénes producían y quiénes no. Esa era la trampa. A nosotros nos decían que no teníamos trabajo, pero la carga de trabajo era una decisión que partía desde el Gobierno español. El INI era quien distribuía y la carga de trabajo se la daban a Sevilla o a La Naval de Sestao, una fábrica históricamente unida a UGT. En ese aspecto creo que existía una decisión política para el cierre de Euskalduna. Eso no quiere decir que el astillero fuera rentable, pero aquí no hubo reconversión del sector, fue un desmantelamiento”.Si bien los gobernantes socialistas ponían el acento en que se trataba de una decisión económica, el empeño en desmantelar la fábrica tenía para muchos un tufo político. Eso alimentó la batalla de Euskalduna, un paisaje de trincheras, de obreros con tirachinas, cócteles molotov, mangueras a presión y de policías con gatillo fácil apostados en el puente de Deusto, una lengua de asfalto convertida en un peligroso desfiladero para los viandantes que tenían que atravesarlo. “Parecía un intento de revolución, pero más que a una ideología respondía a que la gente defendía su puesto de trabajo”, expone un exempleado del astillero que estuvo a pie de barricada. En las barricadas, el ambiente era variopinto. “Predominaban los jóvenes, pero también había gente con un pasado de lucha contra el Franquismo, etc. No existía un liderazgo claro y por momentos se fue de las manos”. Incluso entonces, Bilbao estaba muy sensibilizada con Euskalduna, “un icono de la lucha obrera y también del nacionalismo vasco. Ya en la dictadura, Euskalduna era una patata caliente”, desgrana un extrabajador. El astillero, aunque sentenciado, se desperezaba cada mañana de otoño con las orejas tiesas. Imbuido en esa lavadora de estallido social, de acción y reacción, de pelotas de goma que volaban y de tiragomas que replicaban, de uniformes marrones dispuestos para intervenir, de buzos blancos que se defendían, no existía el miedo. Mandaba la desesperación, la supervivencia. “En los enfrentamientos con la policía no había miedo. Estábamos dentro de una vorágine de la que no éramos conscientes. Había un clima de desesperación ante la pérdida de trabajo, sobre todo para muchas personas que solo habían conocido aquello, gente mayor sin estudios”. En ese punto, la lucha no dejaba de ser el último asidero: “Era la única forma de rascar algo. Cuando se cerraron las vías de la negociación, llegó la imposición. Nos abocó a un conflicto de orden público, una lucha para intentar salvar nuestros puestos de trabajo. No era un plato de gusto, pero la teníamos que hacer y por eso tuvimos que liarla como la liábamos. Fueron días muy duros, muy intensos, traumáticos”, recuerda Felipe Fernández.Esa sensación se intensificó con el fallecimiento de Pablo González, las heridas de bala de Vicente Carril y el fuego que atrapó el cuerpo de Jesús Fernández Casado tras la desmedida intervención policial. Los acontecimientos se precipitaron a partir de entonces. “Cada día era más difícil mantener una lucha que fue muy popular, pero que con el tiempo pasó a ser una lucha más cuestionada porque repercutía en el resto de la ciudad. Cortar el puente de Deusto, las broncas en el Sagrado Corazón, paralizaban Bilbao”, enfatiza Felipe Fernández. La unión no se resquebrajó únicamente en los aledaños del astillero. Dentro se cruzaban los intereses que determinaban distintas fuerzas sindicales. Las asambleas eran cada vez tirantes y la oferta de Gobierno, que envió cartas a los trabajadores para que se acogieran a los Fondos de Formación, expiraba a finales de diciembre.Frente a ese envite, y como última medida, se decidió un encierro con la intención de evitar goteras entre los trabajadores. “El 3 de diciembre decidimos encerrarnos para mantener la cohesión. Todos los días se hacían asambleas. Los familiares podían visitarnos. Celebramos con ellos la cena de Nochebuena y la Navidad. El 28 de diciembre acabó todo. Hubo división y muchos firmaron las cartas para acceder a los Fondos de Formación y recolocaciones que ofrecía el Gobierno”, describe Fernández. La suerte estaba echada entre literas en medio de la crepuscular Navidad de 1984. Antes del nuevo año, Euskalduna era pretérito y Bizkaia, su industria, arrancada a jirones en la peor crisis que se recuerda, un salto al vacío. “Si bien no se consiguió que no se cerrara el astillero, se consiguieron cosas impensables. Aquella fue la pelea más intensa que he conocido. Mereció la pena”, apela Aldasoro. Todos coinciden en que el cierre de Euskalduna marcó la capitulación de la “lucha obrera de los setenta y ochenta. El cierre de Euskalduna marcó el final de una época”. 23 de noviembre de 1984, el día que murió Euskalduna.


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