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NI,ZU TA BIOK.«¡QUE ES COMPAÑERO, COÑO!»

ALBERTO PRADILLA,GARAkoa
«Me llamo Antonio González Pacheco. No José Antonio, ni Juan Antonio. Y yo no me puse ese mote». Con esta referencia al alias «Billy el Niño» que se convirtió en sinónimo de brutales torturas durante los años 70 en Madrid, el antiguo inspector de la Brigada Político Social cerró la vista de su extradición celebrada ayer en la Audiencia Nacional española. En ningún momento se dio la vuelta, por lo que solo quedará registrada su brillante alopecia y las patillas de las gafas. La decisión de la presidenta de la sala, Concepción Espejel, de impedir que el rostro del agente fuese grabado impidió que, como ocurrió la semana pasada con el antiguo Guardia Civil Jesús Muñecas, que las víctimas y la opinión pública pudiesen ver el rostro del torturador. Una difusión que podría consitutuir la única reparación para los afectados después de que Fiscalía y defensa se opusiesen a la extradición y que el Ministerio Público redujese la opcion de juzgarle a que Argentina presente una querella en un tribunal de Madrid, lugar donde ocurrieron los hechos. Una opción ya planteada con Muñecas y que en este caso el fiscal limitó a los «compromisos diplomáticos». No obstante, fue más allá de los argumentos planteados hace siete días y consideró que, además de que las víctimas pudiesen ser escuchadas, podrían «contar con una resolución en la que se reconociese la ilegalidad de sus detenciones».
Antes de iniciarse la vista, la juez se dio por enterada de una nota escrita por diversos periodistas que cubren la información de tribunales en la que solicitaban poder grabar el rostro de González Pacheco. Tanto el expolicía como su defensa y el Fiscal se opusieron. El antiguo agente argumentó «motivos de seguridad personal y familiar». Un razonamiento que completó su letrado, quien presentó documentación avalada por la propia Policía española en la que se afirmaba que «Billy el Niño» habría sido objeto de seguimientos, insinuando que podría sufrir un atentado. La juez, que ya había anticipado su decisión, no hizo sino ratificarla.El expolicía, jubilado desde hace dos años, lo que evidencia que continuó su carrera como uniformado sin trabas, apenas tuvo que responder preguntas. Primero, negó tener relación con Argentina, que es quien reclama su extradición. Después fue preguntado acerca de si había sido procesado. «No recuerdo con certeza, hace muchos años. Tenía algo que ver con malos tratos... Pero creo que no fuimos condenados», fue lo único que acertó a responder. Lo cierto es que sí fue sentenciado por falta de lesiones por una denuncia de Enrique Aguilar en los años 70, pagando una multa.A partir de entonces se sucedieron los argumentos de Fiscalía y defensa contra la entrega. En primer lugar, el fiscal se apoyó en su nacionalidad española, que invalidaría la extradición por tratarse de un delito cometido en el Estado sobre ciudadanos españoles. Acerca de la calificación penal, hizo la concesión de que podría calificarse como «torturas» o como delito «de lesa humanidad». No obstante, defendió que, en el primero de los casos, ya habría prescrito mientras que, en el segundo, no cabría la retroactividad ya que Madrid no firmó hasta 2010 los convenios internacionales que regulan estas violaciones de los Derechos Humanos.Poco aportó la defensa a esta argumentación. Aunque sí que hizo referencia a la Ley de Amnistía de 1977 que, a su juicio, también ejercería como dique para evitar que el policía se siente en el banquillo. Ahora, la decisión ya ha quedado en manos de la Audiencia Nacional.
IRITZIA
La frase «¡que soy compañero, coño!», acuñada por un policía español de paisano para evitar el arresto cuando era detenido por antidisturbios durante los incidentes del 25S, serviría también para definir el trato recibido ayer por Antonio González Pacheco, «Billy el Niño», durante su breve paso por la Audiencia Nacional española. El antiguo agente, ya jubilado, no era un acusado, sino un compañero. No «un hijo de puta, pero nuestro hijo de puta», como definió Franklin Roosvelt al sanguinario dictador nicaragüense Anastasio Somoza, sino un tipo con galones a quien había que proteger, porque todas sus barrabasadas se practicaron en nombre de una idea común. Nadie que estuviese ayer en el tribunal especial puede obviar el trato de favor recibido por el antiguo miembro de la Brigada Político Social. Empezando por el búnker policial que se montó a su alrededor para evitar que pasase por más incomodidades que el lógico fastidio de verse sentado ante un juez, todo lo que rodeó a la vista de extradición simboliza la forma en la que se construyó el actual régimen español, sus amnesias, sus cloacas y sus consecuencias, que en el caso de Euskal Herria se traducen en un largo reguero de torturados con absoluta impunidad para sus maltratadores.
Siendo honestos, tampoco tendría que sorprender lo cómodo que se sintió en aquella casa. No deja de ser paradójico que sea el heredero del Tribunal de Orden Público, en nombre de quien torturó, el encargado de analizar la vista de extradición que se celebra, precisamente, por esas mismas torturas. Aquí la pescadilla no se muerde la cola, sino que se la acaricia suavemente y con cariño. Por eso, la oposición del fiscal a la extradición (y por extensión del Gobierno español, que dirige el Ministerio Público de forma jerárquica) no es más que el sinónimo togado y en lenguaje procesal del «¡que es compañero, coño!». También el empecinamiento de la magistrada en cubrir con un manto de algodones el rostro del torturador. Todo forma parte del mismo sistema y todas y cada una de las acciones de autoprotección son sinónimos de siniestro compañerismo. No es solo «Billy el Niño», sino todo el sistema de impunidad el que hay que procesar.

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